jueves, 31 de marzo de 2016

Atasco

La veo casi cada día parada en el semáforo. Sentada en su coche, ajena a que alguien la observa con un rigor casi obsceno, ella mira hacia delante mientras acaricia el volante, normalmente cantando alguna canción que suena en la radio o a veces leyendo en voz alta alguna publicidad de las muchas que hay alrededor. 
Alguna vez se ha girado y me ha mirado, en esos escasos segundos he disimulado lo mejor que he podido, agarrando mi propio volante o fingiendo mirar alguna cosa en el retrovisor. Me encandila verla cada mañana en el mismo atasco, puntual, parada irremediablemente en el carril derecho que la lleva su destino. Siempre intento imaginarme cuál será su trabajo, qué hará cada día y si alguna vez se ha fijado en mi. 
A veces se toca un poco el pelo lacio para intentar ponerlo en su sitio, aunque siempre vuelve a salirse un poco del cauce que ella debe considerar normal. Nunca se mira en el espejo, no se retoca maquillaje, si es que lleva ni tampoco se hurga la nariz. Si hay algo que siempre mantiene es una sonrisa que se ve incluso cuando está de lado. Rezuma vida, alegría y buen humor incluso a las ocho de la mañana. 
Me sorprendo a mí mismo pensando que me he enamorado de su vida inventada. Los días que no me la cruzo en esos escasos segundos en el semáforo, me siento más vacío que de costumbre. Me falta algo, me falta ella. No sé su nombre, ni el tono de su voz. Ni siquiera sé si habla el mismo idioma que yo. He memorizado su matrícula y a veces, cuando camino por la ciudad, busco su coche entre los aparcamientos. Reconozco que soy un poco soñador, tal vez obsesivo. ¿y quién no?

Hoy la he vuelto a ver, sentada en su coche, parada en el atasco a cinco coches del semáforo en el carril central. Se recoloca el cinturón, parece que le hace un poco de roce en el cuello. Lleva un collar nuevo, que no había visto antes, de color turquesa y dorado que realza realmente su apariencia. Tamborilea con los dedos sobre el salpicadero, mientras ladea la cabeza al ritmo de la música. Tiene un aire más distraído que de costumbre, como soñando. No parece excesivamente cansada, pero es viernes, puede que ayer saliese hasta tarde o que hoy le espere un evento importante. 
Y entonces vuelve a ocurrir: se gira, recorre con su mirada a los conductores de su izquierda y continúa por la derecha. Ahí viene. Me mira, hace días que no lo había hecho. Yo no aparto la vista, miro directamente a sus ojos ¿marrones? Y lo que me parecen los tres segundos más intensos de mi vida, nos observamos. Siento su vida, su alegría, su media sonrisa. Lo siento todo, incluida esa opresión el corazón que me hace respirar como si el aire quemase.
 En ese momento me doy cuenta de que ya sé qué tengo que hacer. Mi destino, y el suyo está escrito. Es ella. La he elegido. La quiero, la necesito.

El semáforo se pone verde y los coches avanzan. Ella coloca sus dos manos sobre el volante y comienza a desplazarse lentamente. Yo pongo el intermitente a la derecha y me coloco detrás de su Toyota azul.  
Al fin, hoy es el día.Es ella, he elegido a mi víctima.  

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